martes, 18 de septiembre de 2012

... Dije que un desconocido se me puso a hablar en un café. He de escribir sobre él ahora. Quiera o no quiera, se lo debo, "nunca nadie escribió sobre mí", me dijo. "¡Eso no podés saberlo!" 
Desde lejos en el café me preguntó si escribía o estudiaba. Escribo. ¿Qué escribís? (¿Por qué la gente me pregunta eso? Déjenme ser, escribir sin ser observada). Tuve la delicadeza de darme vuelta en la silla, me acomodé de manera diferente y, con las piernas más despatarradas imposible, me dirigí hacia su persona. Intercambiamos algunas preguntas sueltas, a lo lejos.

Lo invité a tomar un café (¿por qué?). Muy alegremente me levanté de la mesa y pedí dos cortados en jarrito. Volví a la mesa. Juan*. Sonríe. Lo primero que puedo ver es su mirada triste. 
Parece melancólico, pero en ese instante contento, disfruta el momento. Casi como si estuviera asombrado de que una chica lo haya invitado a tomar café. 35 años. Se presenta a si mismo como asistente social, pero prefiere el término "trabajador social". Trabaja en el sistema penitenciario, le hace entrevistas a los presos en las cárceles. Me cuenta un poco de eso. Nunca conoció a su padre. Su madre vive en Misiones, vive con su abuela a quien llama "mamá" pues fue criado por ella. Al relatar que sabe que a su abuela le queda poco tiempo, vuelve a sonreír con tanta pena, me transmite tanta melancolía, de una forma tan natural que me gustaría abrazarlo y decirle que todo va a estar bien. Pero no puedo, ¿no? No conozco mucho de reglas y protocolos sociales, pero estoy bastante segura de que está mal visto abrazar a un recién conocido después de apenas quince o veinte minutos de charla.

Un hermano preso. Un hermano muerto. Lo mataron. Me siento un poco triste y afligida al haber dicho "mi familia no sé, lo normal". Intento pedirle disculpas. 
La conversación de presentación se vuelve tan intima, y a la vez no cruzamos la linea en ningún momento. Yo me siento joven, hermosa, con ganas de hablar y hablar, despreocupada. Es sólo una faceta de mi persona, ¿qué es lo que me hace sentir así?

La palabra va y viene, yo también le cuento qué es lo que hago de mi vida. Es tan extraño. Presentarse. Me llamo Lucía, tengo 22 años, vine a Tandil huyendo de la vida porque estaba cansada. Me dice que soy una "bohemia", que a él le gustaría hacer algo así pero no puede, que se encuentra atado, tiene seres de quienes cuidar. Y yo, que predico la libertad, la falta de ataduras, del tipo que sean, me encuentro respondiendo "está bueno tener alguien a quien cuidar, alguien de quien ocuparse". Pienso que, a mí, nadie me espera en el mar. Entonces me parece que él está tan sólo como yo, que su "mamá" va a irse y él no va a tener quién le enseñe a cocinar. 

Le cuento de mi problema para levantarme por las mañanas. Hace una mueca extraña de preocupación cuando le explico que me cuesta recordar por qué es que valía la pena estar viva. Me río despreocupadamente una vez más y le digo que no se preocupe, tampoco es que estoy deprimida o algo así.  Enumeración de las cosas que nos gustan (le digo que me gusta andar en bici, leer novelas, escuchar música, mirar películas, ir al cine los domingos, viajar, fumar, tomar birrita, cocinar y limpiar los pisos... encuentro bastantes ítems, casi como si tuviera una lista preparada que llevara conmigo a todas partes, en caso de necesitar recordarlo). 

Tenemos el tiempo contado. El café cierra a las dos de la mañana. Voy al baño, vuelvo. Le pregunto si le puedo sacar una foto. Vuelve a ponerse contento, o al menos eso parece, "no tengo fotos, las perdí todas". Tiene un perro llamado Freud (pienso que eso es un poco espeluznante). Hablamos de libros también, me recomienda algunos (¿será él "uno de los míos"? de esa gente que me canso de buscar pero nunca encuentro, en los colectivos, las verdulerías y los rincones). 
Le cuento que tengo fotos y diarios desde pequeña. (Toda mi vida documentada por mí misma, ¿para qué?) Me dice que le gustaría escribir. Lo animo a que lo haga. Sólo tiene que sentarse y hacerlo. Elegir un lápiz o lapicera con el que se sienta cómodo.

Nos vamos del café a las dos de la mañana en punto, por respeto a los empleados. No me animo a continuar la noche a su lado, ni a invitarlo una birra, ni nada. Aunque sí tengo ganas (¿tengo?) Ya es tarde (¿qué hubiera pasado?). Cae el telón, se termina uno de esos momentos preferidos en mi vida, momentos que fueron perfectamente reales pero siempre los recordaré como escenas de películas. Con triste música de fondo. 

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*Juan no sé cuanto Francisco o Guillermo no sé cuánto. Elijo llamarlo "Juan". 

lunes, 10 de septiembre de 2012

yo sólo puedo ofrecer
palabras
una carta escrita con manos
fotos en papel
té caliente
puedo cocinar una torta
dormir pocas horas
llevarte a ver el mar

no hay mucho más que pueda dar