lunes, 18 de julio de 2011

re-vol-ver

Me gustaría poder escribir sobre todas estas cosas, pero me desbordan. Llevo un cuaderno conmigo a todas partes. Palabras, frases, oraciones sueltas que quizás algún día logren constituir un texto bonito, o agradable de leer. O quizás un texto horroroso, de esos que te asfixian, sí, un texto que te asfixie sería mucho mejor. Quizás algún día...
Mientras dormías no pensaba y escribí esto:

una flor marchita (cualquiera) - mi perro se murió.
la frente marchita - una canción
el ocaso interminable - no recordar
lágrimas de sal - incomprensible
ya no más humo - me quería morir ayer
ya no más / tener un agujero en el estómago / punto 
dormir de día - rima con .........................
tengo hambre, pero no quiero comer.

Entonces te despertaste, improvisamos una comida rápida. "Espero no haber roto el teclado, y no haber asustado a nadie con el pelo", pensé. No quería morir, pero era consciente de que a veces es necesario. Eran las dos de la tarde, no se encontraba la urgencia de decir cosas. Basta con miradas y presencias, yo le sonrío.  

Me deja tiempo para recordar esa seguridad que llevo conmigo a todas partes en una cartera o mochila, la seguridad, completamente absurda, como todas las seguridades, de que si quiero, puedo escribir. Aunque sea una palabra. O ni siquiera. Un garabato. Una letra o dos. Como la otra noche en el colectivo, abrí un libro y copié algunos versos, luego escribir algunas oraciones agramaticales. Seguridad de poder escribir a la noche, cuando la última compañía se quedó dormida. Siempre soy yo la última en cerrar los ojos.

Me imaginaba, mientras tanto, que ese colectivo no era tal, sino otro, que el frío no era de invierno, si no de otoño, que miraba por la ventana y el paisaje me mostraba una imagen nunca antes conocida. Que, a pesar de ser la última en cerrar los ojos, estaba ya en camino hacia un lugar donde nunca querría cerrarlos, y donde no habría horarios para tener que abrirlos. 

No hay comentarios: