martes, 2 de agosto de 2011

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En una trampa para turistas, un flaco hace chistes racistas, machistas y homofóbicos, la gente se ríe. Maneja un coche mientras toma Coca-Cola y fuma un cigarrillo atrás de otro. Luego le habla a una pareja joven, cambia el tono de voz, "y se lo vendieron a los ingleses, estas son las cosas que pasan en este país", dice. En un costado, dos nenas de no más de diez años, ojos grandes, marrones, oscuros, cara redonda - No, papá, no quiero una foto así, dame la cámara, yo les saco a ustedes. - La hija menor parece la hija mayor, o quizás lo sea. El padre le alcanza la cámara. Al rato se saca fotos a ella misma. Se ríe sola con una sonrisa de picardía. Al otro costado una flaca de unos veinte años posa para una cámara inexistente, lleva el cabello reluciente, recojido en una larga trenza cocida y parece exponer sus perfectas piernas al tiempo que revisa un celular que, más que celular, parece una máquina del futuro. 
Un pobre hombre sube sólo al colectivo (antes de ser un coche, el coche era un colectivo). Digo que es un pobre hombre, no porque suba sólo al colectivo, ni mucho menos, si no porque tiene cara de ser un pobre hombre. Te dicen: sacá foto acá, acá, acá, sacá foto, sacá foto. La gente se ha olvidado de mirar con los ojos, debe de pensar el pobre hombre, y de caminar también. En un paradero estratégicamente ubicado cerca de uno de esos paisajes que, o son bellos, o son bellos, se encuentra un baño. "Respeto tus ganas de morir. Respetá mis ganas de vivir. Prohibido fumar en los baños": Impreso en computadora. En otro papel, escrito con lapicera: "Este baño es pribado, no público. Todos los que ingresen deben colaborar" Hay algo que me perturba en ese cartel, y no es la falta de ortografía.
Afuera hay cosas de muchos colores y todos te dicen compre, compre, compre, y la gente compra, compra, compra. Desde un rincón miro yo algo más, creo que sigo observando al pobre hombre, que, a su vez, parece observarme a mí.

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