viernes, 17 de septiembre de 2010

Había una vez.

El perro negro apareció una mañana de Agosto, una de esas mañanas frías, en las que uno ya deseaba que llegara la primavera. Por esa época las cosas habían cambiado, el viejo empezaba a no ser el mismo, y con mis hermanos solíamos salir a fumar unos cigarrillos a la entrada de casa. Nuestra casa no era muy grande, ni linda, aunque la entrada sí lo era: era grande, y linda. Solía estar más o menos limpia, y había flores de bastantes colores.
El perro negro, como decía, apareció una fría mañana de Agosto. Con mis hermanos solíamos fumar a la noche, pero a veces, bueno, a veces salíamos a la mañana. Y esa mañana lo vimos llegar. El perro negro (nunca le pusimos nombre, no lograbamos ponernos de acuerdo) se sentó ahí, en la entrada de casa, lejos de las cenizas, pero cerca de las flores. Y eso que nunca molestó a las flores, ni un poquito las molestó. Menos mal, porque al viejo le gustaban mucho las flores. El perro se sentó y ahí nomás se hechó a dormir.
Con mis hermanos solíamos darle algo de comida, siempre sin que el viejo se enterara, claro, porque al viejo no le gustaban los perros, y tampoco le gustaba que nosotros fumaramos, por cierto. Pobre viejo. Y pobre perro, también, pobre perro negro. Pobre, digo, porque tenía expresión triste. O quizás era yo, quizás, y es que por esa época andaba un poco triste, la chica con la que estaba noviando me había abandonado, y encima no encontraba laburo. Laburo encontré, al final, y de la chica esa me olvidé, ahora que lo pienso era medio tonta. Pero del perro no, del perro negro no me olvido.
Nunca volví a ver un perro tan tranquilo como ese. Nunca nos molestó, de ninguna manera posible, nunca nos pidió comida, aunque se notaba que tenía hambre, al igual que nunca se nos acercó especialmente para que lo acariciemos, así como hacen los perros, viste. Pero siempre nos miraba. Se quedaba ahí, mirandonos o durmiendo. Quizás porque sabía, sabía el perro que lo ibamos a acariciar, le ibamos a dar comida. Especialmente, y sin falta, a la nocheita, entre los clásicos cigarrillos de después de la cena.
Fue una noche del mes de octubre, en que salimos con mis hermanos y no vimos al perro. No volvió. Por entonces el viejo estaba enfermando realmente. Llovió. Llovió durante una semana, lo recuerdo muy bien, sí, lo recuerdo muy bien.

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